CRÍTICA

LAS MINAS DE HIENDELAENCINA

"Es “el libro de una vida”. El autor es natural de Hiendelaencina. Un maestro jubilado que ha pasado decenas de años investigando las minas de su pueblo. Se nota. En el texto, en la sistemática de análisis utilizada, en el profundo conocimiento de los temas y, sobre todo, en la carga documental en la que se apoya. El relato es prolijo y se ha convertido en una obra de referencia para quien quiera acercarse hasta las minas de Hiendelaencina"
Henares al día, Febrero 2009
Raúl Conde

Su topónimo oficial es Hiendelaencina, pero la costumbre ha hecho popular otro nombre mucho más sonoro y evocador. Si va a usted por la zona y pregunta por este pueblo, hágalo mejor por Las Minas. Seguro que le darán razón antes. Hiendelaencina es el pueblo de la Pasión Viviente y de la Feria del Ganado, pero sobre todo de sus minas de plata. Algunos expertos geólogos han calificado a Hiendelaencina como una especie de “far west” español del siglo XIX. La explotación alcanzó los 200 pozos. La población se multiplicó y llegó a superar a la de Guadalajara capital. Las minas de plata significaron una fuente de riqueza que acabaron por evaporarse a principios del siglo XX. Entonces los pozos se cerraron. Y se acabó todo. O casi todo. Precisamente, el rastro de lo que queda de estas minas, y de lo que llegaron a ser, es el “leitmotiv” principal del enciclopédico libro Hiendelaencina y sus Minas de Plata (Aache Ediciones, 429 págs.). Su autor es Abelardo Gismera Angona y se presenta, delante del pie de imprenta, como un trabajo de investigación documental. Y a fe que lo es, pero se queda corto el autor: constituye un volumen extraordinario y riguroso donde se da cumplida cuenta de una actividad que fue santo y seña de la Sierra de Guadalajara.

El editor del libro, Antonio Herrera Casado, incombustible en su tarea cultural, me envió una carta en verano advirtiéndome de la relevancia de esta nueva obra. Es “el libro de una vida”. El autor es natural de Hiendelaencina. Un maestro jubilado que ha pasado decenas de años investigando las minas de su pueblo. Se nota. En el texto, en la sistemática de análisis utilizada, en el profundo conocimiento de los temas y, sobre todo, en la carga documental en la que se apoya. El relato es prolijo y se ha convertido en una obra de referencia para quien quiera acercarse hasta las minas de Hiendelaencina. Unas minas, por cierto, que todavía se pueden visitar. La de Santa Catalina. O la de Santa Teresa, de 550 metros de profundidad. Recomiendo también acercarse hasta el poblado de “La Constante”, a pocos kilómetros del pueblo, enclave en el que se extrajeron cerca de 280.000 kilos de plata cuyo destino era la Casa de la Moneda de Madrid. Gismera traza un estudio geológico e histórico de Las Minas, la relación de minas, los pozos de lo que fue el “distrito minero de Hiendelaencina” y datos abundantes sobre la producción de minerales y plata y las instalaciones que acarreó esta actividad. El libro es altamente recomendable. Más que como lectura, apetece como obra de consulta y de documentación de la arqueología industrial serrana. El trabajo desarrollado por Abelardo Gismera apabulla. Y reconforta. Produce emoción pensar que, por muchos obstáculos que encuentre Guadalajara en su historia, siempre le quedarán cronistas locales y personas entregadas para seguir dejando testimonio de su pasado.

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