Artículos en El Decano

27 julio 2009

LIBROS

La revuelta comunera en Guadalajara

"Una docena de historiadores analiza en el ensayo “Castilla en llamas. La Mancha comunera” el conflicto del movimiento comunero en Castilla-La Mancha". "La alta nobleza desactivó la revuelta de las Comunidades en Guadalajara por la influencia del duque del Infantado"
La revolución de los comuneros en el Reino de Castilla, a principios del siglo XVI, encontró un eco de gran importancia en los territorios que actualmente conforman la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Este es el eje central del volumen “Castilla en llamas. La Mancha comunera”, publicado por la editorial Añil y cuya autoría corresponde a casi una docena de historiadores y profesores de universidad, la mayoría de la región. Uno de los capítulos del libro aborda el movimiento comunero en la provincia de Guadalajara, los hechos que se sucedieron y las consecuencias políticas y sociales que acarreó. En Guadalajara, la revuelta comunera fue apaciguada por la familia Mendoza, aunque sembró un caldo de cultivo en la oligarquía local que llegó a calar años más tarde.
El Decano de Guadalajara, 24.07.09
Raúl Conde

Durante los años 1520 y 1521 tuvo lugar lo que en la Historia de España se conoce como el movimiento de las Comunidades de Castilla. Debajo de esta rimbombante nomenclatura subyace la revuelta de las ciudades y pueblos castellanos contra el emperador Carlos V. Fue la eclosión de un rechazo social absoluto al proyecto imperial de un soberano cuyas ambiciones les resultaban extrañas o, al menos, muy alejadas de sus intereses. Los territorios que actualmente conforman la región de Castilla-La Mancha también participaron activamente en el movimiento comunero. Es habitual que en las plazas de nuestros pueblos y ciudades existan calles, plazas o lugares públicos que lleven el nombre de algunas de las figuras que destacaron en este movimiento, como Juan Padilla o María Pacheco. Sobre todo en Toledo, pero también en el resto de la región. Hasta el momento, las mayores aproximaciones historiográficas que se conocían sobre este periodo son estudios o ensayos locales. Ningún libro había tratado en su conjunto el asunto de la revuelta comunera en la Castilla manchega. Este es el hueco que viene a cubrir el volumen Castilla en llamas. La Mancha comunera (Almud Ediciones de Castilla-La Mancha, 334 págs.).

El libro recoge un espléndido ramillete de estudios que conforman los once capítulos de los que se compone. Todos los textos vienen firmados y están avalados por historiadores y profesores de distintas universidades, principalmente de Castilla-La Mancha. Es un volumen serio, riguroso, que afronta con seriedad uno de los episodios históricos que han estado más manoseados por la épica, la mitología popular e incluso la propaganda de cierta historiografía castellanista o  nacionalista. En este caso, lo que nos ofrece el libro editado por Añil es una valoración profunda, pero al mismo tiempo amena, de un periodo muy importante para el estudio de la Edad Moderna en Castilla y en La Mancha.

Importancia de los Señoríos

Los autores subrayan en la contraportada la definición que ofrece el Diccionario de Autoridades, del siglo XVIII, de la voz “comunero”: “El que tomando la voz del común o del pueblo se junta con otros para levantarse y conspirar contra su soberano”. Las tierras que hoy son Castilla-La Mancha eran, a comienzos del siglo XVI, un territorio rural con una economía agraria y una distribución social basada en la presencia de señoríos y relaciones feudales. Desde las tierras de los duques del Infantado, en Guadalajara, hasta los extensos dominios del marqués de Villena, pasando por el semirealengo de los maestrazgos de las Órdenes Militares. La mentalidad predominante era campesina y Toledo acabó convertido en uno de los principales focos de resistencia de la revuelta. La revuelta de los comuneros no sólo atañe a lo que ahora es Castilla y León. Fernando Martínez Gil, de la Universidad de Castilla-La Mancha, subraya en la introducción: “Han pasado casi quinientos años y, sin embargo, el tema historiográfico de las Comunidades de Castilla conserva una inmediatez y una viveza que nunca suele perder la memoria de las guerras civiles”.

La disputa se granjeó entre la nobleza y la monarquía, entre las oligarquías urbanas y los señoríos jurisdiccionales. La tesis de los historiadores que firman el libro editado por Añil es que la cuestión de los comuneros pone en tela de juicio el reinado de Carlos V y el proyecto que se sustentaba el Imperio español. La desafección social devino en violencia en las calles. Las Comunidades hicieron estallar todas las tensiones que fueron larvándose durante el largo periodo de crisis que se abrió con la muerte de la reina Isabel de Castilla en 1504. Y confluyeron dos conflictos: el cuestionamiento de las jerarquías sociales y las luchas, más o menos explícitas, entre distintos sectores oligárquicos que anhelaban más poder o se disputaban territorios del mismo. A ello había que añadir la incomprensión por parte de una monarquía extranjera que gran parte del pueblo observaba como lejana a sus tradiciones. Finalmente, los comuneros fracasaron en su empresa. Y ello provoca la consolidación de dos procesos que son base del Antiguo Régimen en España: la oligarquización y la señorialización. “Con estas premisas –escriben los autores- cabría concluir que el mayor perjudicado fue el común, los artesanos urbanos y los campesinos”. Ni se eliminaron las Cortes ni se desactivó a la oposición política. Es decir, paradójicamente, el fracaso de los comuneros sirvió para afianzar aún más, si cabe, el sistema político preponderante durante la Edad Moderna.

Los Mendoza, ambiguos

En el caso de Guadalajara, para entender la evolución del conflicto comunero hay que entender el poder que la familia Mendoza ejercía sobre un territorio del que, en realidad, no tenía su jurisdicción oficial. En 1500 comenzó a ejercer la jefatura del linaje Diego Hurtado, III duque del Infantado. Los Mendoza controlaban las ocho regidurías de la ciudad, tanto las seis reservadas a los hidalgos como las dos a las que tenían derecho los pecheros. Con el oficio de alcalde mayor, el duque disfrutaba de la revisión de las sentencias de los alcaldes ordinarios. El alguacilazgo mayor le reservaba el monopolio de la seguridad pública y la alcaidía de la fortaleza le otorgaba la dirección de las fuerzas militares. Gracias a la alcaldía de padrones custodiaba la matrícula de extenso de impuestos directos y podía decidir la inclusión o exclusión de los individuos en la nobleza local. Y como propietario de la escribanía de “fechos” el duque era competente en la recaudación fiscal y podía intervenir en la gestión de la hacienda municipal.
El capítulo dedicado a Guadalajara en el citado libro, obra de Adolfo Carrasco Martínez, historiador y profesor de la Universidad de Valladolid, aborda el estudio de los comuneros en Guadalajara partiendo de la base de la acumulación de poder de la casa ducal por excelencia de estas tierras. La revuelta comunera adquirió una fisonomía distinta en cada lugar. Los Mendoza, que había llegado a la provincia durante la primera mitad del siglo XIV, prosperaron en un tiempo, desde 1500 hasta 1520, en que la crisis política se hizo acuciante en Castilla. La ocupación del poder político en Guadalajara fue progresiva. “En Guadalajara prosperaron mediante la combinación de una inteligente participación en los asuntos del reino con una activa estrategia de alianzas matrimoniales practicada con familias de su mismo grupo aristocrático y de la nobleza guadalajareña”. Carrasco combate la idea de que la alta nobleza permaneció al margen del conflicto durante la primera fase de la guerra y que luego, en bloque, asumió la defensa de la corona. “Es uno de los tópicos que deben ser revisados”, subraya.

Previo a la revuelta comunera, tras la muerte de Isabel la Católica, el duque del Infantado toma partida en la lucha entre Felipe de Borgoña, rey consorte, y Fernando el Católico, regente de Castilla, alineándose con el primero. Pese a todo, la relación con éste último fue buena aunque su muerte en 1516 modificó la correlación de fuerzas en Castilla. Infantado se vuelca con los Habsburgo. Intensifica su relación con los contactos flamencos y facilita al monarca apoyos nobiliarios, de los que andaba muy necesitado.

La revuelta comunera, finalmente, estalla a partir de 1519 y 1520. Lo hace a través de las ciudades, que desafían el gobierno y la política fiscal de Carlos V. El concejo de Guadalajara apoyó al de Toledo en sus reivindicaciones. Los señores que controlaban sus feudos veían en esta revuelta una oportunidad de debilitar la posición del rey. Las ciudades castellanas se fueron sumando a la protesta. El profesor Carrasco señala que “como en Segovia y Burgos, en Guadalajara la reacción adquirió una notable violencia”. Durante los primeros días de junio de 1520, se produjeron sucesos de tal calibre que conmovieron a la ciudad de Guadalajara. En ese momento, quedó en evidencia la supuesta unanimidad del poder concejil, por un lado; y por otro cuestionó el control que ejercía el duque del Infantado. En ese momento, Diego Hurtado de Mendoza no controlaba la situación todo lo que hubiera deseado.

Violencia callejera

El 5 de junio de 1520, numerosas voces llamaron a la revuelta. La multitud depuso a los oficiales municipales y de justicia y atacó sus casas, tal como explica Adolfo Carrasco en su estudio. El profesor no se aventura a dar nombres sobre los cabecillas de la revuelta que conformó la Comunidad de Guadalajara, pero sí señala que en su seno se establecieron dos tendencias, una radical y otra más “moderada”, dentro de las circunstancias. Entre los jefes del movimiento, eso sí, figuraban algunos ilustres empleados de la Casa del Infantado. “La turba penetró en el palacio [Palacio del Infantado] y, según los cronistas, accedió hasta las habitaciones privadas del Infantado, que les recibió postrado en el lecho presa de uno de sus habituales ataques de gota”. Los comuneros guadalajareños aprovecharon esta forzada reunión para pedir al duque que intercediera ante el rey para lograr sus objetivos, lo que en la práctica era un reconocimiento de la influencia municipal del Infantado. Además, ofrecieron la capitanía de la Comunidad de Guadalajara a su hijo primogénito, Íñigo López de Mendoza, conde de Saldaña. El duque accedió a esta exigencia.
Paradójicamente, la presencia de este destacado miembro de los Mendoza en la revuelta de Guadalajara ahondó en las diferencias de los comuneros. Entretanto, los gobernadores de la Corte desconfiaron de los Mendoza. Sin embargo, antes de que terminara junio, el duque del Infantado hizo una demostración de fuerza y recobró el control de la fortaleza y el restablecimiento de los oficiales de su casa en los puestos municipales. “Diego Hurtado de Mendoza –recalca Carrasco- logró restaurar el orden y, para dejar bien claro que era él y sólo él quien dominaba la situación, ordenó la ejecución del líder popular Pedro Coca, un carpintero que se había señalado en los disturbios”. Por su parte, a su hijo le ordenó alejarse de Guadalajara y le mandó a Alcocer. La tranquilidad volvió a la ciudad, aunque los comuneros lograron que se suspendiera la recaudación del servicio. El objetivo: evitar nuevas revueltas.

RECUADRO

La finura política del duque del Infantado

En la Alcarria, en Guadalajara y en los señoríos del Infantado de Madrid y Guadalajara, la dinámica vino impuesta por el peso específico de los Mendoza y las contradicciones internas de las fuerzas comuneras. El historiador Adolfo Carrasco subraya la medida distancia que los Mendoza mantuvieron durante toda la revuelta de los comuneros entre el poder real y el bando disidente. El duque “siguió mirando los acontecimientos desde la orilla, con una calculada relación en la distancia con los grandes que lideraban la causa real mientras sus dominios alcarreños y madrileños permanecían convenientemente protegidos de las convulsiones en virtud de su entendimiento con los comuneros”. Cabe tener en cuenta que todo esto sucedía a dos pasos de Madrid y de Toledo, dos focos notables de la revuelta comunera. A juicio de Carrasco, la conducta política de Diego Hurtado de Mendoza se atenía a la lógica, “simple pero eficaz”. La victoria de 1521 fue la de la realeza y la de los señores nobiliarios. La Comunidad de Guadalajara fue desarticulada y sus líderes quedaron derrotados, prisioneros o fugitivos. Los que se quedaron en la ciudad trataban de evitar las represalias. Pero la revuelta dejó un poso en la sociedad. “La posición de predominio de los Mendoza iba a tardar pocos años en dar síntomas de fatiga”, a pesar de su solidez y su autonomía política tras la sublevación comunera. Para Carrasco, “el conflicto comunero no fue en Guadalajara el episodio final de una controversia previa, sino el punto de inflexión de una contienda que se iba a prolongar a lo largo de década y cuyo resultado postrero implicó el ocaso del predominio de un linaje aristocrático sobre un gran concejo castellano”.

3 comentarios

  1. Los Guadalajareños no somos Manchegos dice:

    Estimado Raúl, se ha abierto un tema de debate sobre tu artículo en el grupo de Facebook «Los Guadalajareños no son Manchegos» (1330 miembros).

    Te invitamos a leerlo. Te adjunto el link:

    http://www.facebook.com/topic.php?uid=71993043971&topic=8900

    ¡Un saludo!

  2. David dice:

    Muy señor mío.

    Guadalajara es castellana, nunca ha sido y nunca será manchega.

  3. JOSE LUIS dice:

    Que yo sepa, Guadalajara no pertenece a la comarma de la Mancha…. O sea que este libro no tiene seriedad desde el titulo mismo…. como será el resto del libro. !!!!!!!

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