Periodismo

5 marzo 2006

DEFENSOR DEL LECTOR DE LA VANGUARDIA

La cultura de la autocrítica en los medios de comunicación

Falla la cultura de la autocrítica. El reconocimiento, en fin, de que como seres humanos, también nos podemos equivocar. Y que lo normal cuando eso sucede es pedir excusas y esforzarse por hacerlo mejor en el futuro.
La Vanguardia, 5-03-06
Carles Esteban

El oficio de hacer diarios es normalmente fruto de una vocación que comporta sacrificios. Contra lo que percibe la ciudadanía que no conoce los entresijos de la profesión (y a quienes casi siempre sólo les llega el brillo rutilante de las estrellas mediáticas), es un trabajo que requiere grandes dosis de dedicación personal, horarios en ocasiones penosos y esforzados y un cuidadoso estudio de las especialidades, si el trabajo se realiza correctamente. Como ocurre con otras profesiones cuya labor tiene alguna repercusión social, es frecuente que aparezcan entre algunos de sus miembros comportamientos corporativos y una tendencia a considerarse infalibles. Y, derivado de todo ello, renuencia a reconocer los errores y a dar cumplida y honrada cuenta de ellos a los lectores que, no lo olvidemos, son el destinatario final y principal de la maravillosa y compleja tarea que significa producir un medio de comunicación. Falla la cultura de la autocrítica. El reconocimiento, en fin, de que como seres humanos, también nos podemos equivocar. Y que lo normal cuando eso sucede es pedir excusas y esforzarse por hacerlo mejor en el futuro. En un país con un gran desarrollo de los medios de comunicación como Estados Unidos, los grandes diarios de referencia – pioneros en la instauración de la figura del Defensor del Lector- compiten por ser los que más fe de errores publican cada año, como una señal de que son honestos con sus lectores rectificando los errores, pequeños o grandes, que hayan podido cometer. En nuestro país, esa cultura es todavía incipiente y, fuera de algunas excepciones, el apartado dedicado a rectificar errores sufre de una anemia crónica, fruto del miedo a quedar en evidencia o, peor aún, de la soberbia. Como si los lectores lo perdonaran todo, o no se enteraran. Y esa tendencia, en un medio de referencia con una audiencia exigente, es peligrosa.