Artículos en El Decano

27 julio 2010

SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

El barrizal

"El histrionismo y el griterío es el denominador común de este país. La marca de la casa. No hay detalles, no hay matices, no hay grises. Sólo triunfan los trazos gruesos, el exabrupto, el a ver quien la dice más gorda. Con Zapatero o contra Zapatero. Con Rajoy o contra Rajoy. Existe toda una corriente de opinión en España especializada en el odio y en la mentira contumaz".
El Decano de Guadalajara, 23.07.2010
Raúl Conde

Además de la ola de calor sofocante que ha entrado en julio, estamos sufriendo en España desde hace tiempo otra ola más larga y tal vez más insoportable. Presenta un olor a naftalina que echa para atrás y tiene el defecto de ser perforante. Casi da igual la emisora de radio que pongas, el periódico que compres o la cadena de TDT que sintonices. A veces se hace difícil vivir en un país en el que todo se lleva al extremo, todo se tergiversa, todo se retuerce hasta límites que provocarían risa si no dieran vergüenza. Y quizá también algo de pena. Ortega y Gasset decía que España es el único país del mundo en el que se discuten no sólo las opiniones, sino también los datos. La estrategia de la tensión es algo habitual por parte de todos los partidos políticos, en un comportamiento que se traslada al resto de la sociedad. Y así surgen las matracas con las que, día tras día, repetidamente, machaconamente, cansinamente, nos atizan desde aquellos púlpitos en los que siempre están dispuestos a decirnos cómo debemos ser y qué debemos pensar. Ahora vuelve a la lista de los éxitos la matraca del «España se rompe», a cuenta de la sentencia del Constitucional sobre el Estatut, pero hay otras. Que si España se hunde. Que si España se separa. Que si España se empobrece. Que si España se arruina. Resulta estupendo que todos podamos expresar nuestros pensamientos. Para eso tenemos un Estado de derecho y de libertades. Lo que no me parece tan estupendo es esta especie de histeria colectiva, de revanchismo, de crispación permanente en la que se bate la opinión pública española.

Las segundas legislaturas de los presidentes siempre fueron las más complicadas. Los gobiernos se oxidan y a los presidentes ya les ha dado tiempo a crearse muchos enemigos. Y encima están los medios de comunicación, que funcionan mejor a la contra. A diferencia de lo que piensan algunos, la prensa no vive del aire ni de los artículos de la Constitución en los que se refleja la libertad de expresión. La prensa vive del negocio con el que puede pagar las nóminas de sus empleados. Por eso muchos hacen negocio del antizapaterismo como en su día otros lo hicieron del antifelipismo o del antiaznarismo. «Contra Franco vivíamos mejor», soltó Vázquez Montalbán. Ahora hemos vuelto a eso, pero en versión abominable. Da la impresión de que todo el día estamos dándonos patadas en la espinilla. Por eso a muchos de lo que participan en la escena pública les da grima descender al terreno de lo concreto. Por eso las televisiones organizan debates donde sólo se chilla y se insulta. Por eso se desdeñan las ideas y se ventilan las miserias. Lo mismo con la crisis que con el Estatuto, el Constitucional o las nucleares. Tanto da. Ya lo avisó Pío Baroja: «Nos miramos todos con el odio característico con que nos miramos los españoles».  

Estoy seguro que muchos de los que intentaron satanizar a Aznar, llamándole incluso criminal de guerra, son los mismos que ahora vituperan a Zapatero como si fuera un pelele. O a Cataluña. O a lo que se ponga por delante. El histrionismo y el griterío es el denominador común de este país. La marca de la casa. No hay detalles, no hay matices, no hay grises. Sólo triunfan los trazos gruesos, el exabrupto, el a ver quien la dice más gorda. Con Zapatero o contra Zapatero. Con Rajoy o contra Rajoy. Existe toda una corriente de opinión en España especializada en el odio y en la mentira contumaz. No es lo mismo que a uno se le caliente la boca en un momento determinado que adoptar el insulto como estrategia política o de comunicación. No es lo mismo ser mordaz que tomar como punto de partida la manipulación y la hipérbole. Es lo que están haciendo, por ejemplo, los medios que están a la derecha de la derecha de este país, que ya es decir, y les va muy bien por cierto. Lo cual significa que mucha gente se cree esos mensajes y transige con esa bazofia. La fábrica de odio tiene nombre y apellidos. Les conocemos y conocemos a las empresas para las que trabajan, y quienes están detrás. No vale decir que todos son igual y que todos caen en lo mismo. Siempre hay excepciones. Lo malo es que la mecha del resentimiento suele prender con rapidez. Acabo de abrir un blog en la edición digital de esta revista y muchos lo aprovechan no para discrepar de mis ideas, que además me encanta, sino para la diatriba personal. Tampoco me extraña: son muchos los periodistas que han recibido mensajes insultantes. No es nada nuevo, pero ahora internet amplifica las burradas que sueltan los anónimos cobardes. Yo no sé si será una sensación pasajera, pero me parece que en España nos deslizamos con demasiada tranquilidad y demasiada frecuencia por el barrizal del estiércol. No hay espacio para la moderación. No hay lugar para el equilibrio, para la opinión responsable. Las televisiones y las radios (no todas) fomentan la cultura del bla, bla, bla, sin decir nada de valor, y los partidos políticos alientan una guerra verbal que no conduce más que al hartazgo. Hemos disfrutado del fútbol y de la Selección, pero España vuelve a ser un país irrespirable. Antipático. Repelente. Cargado de mezquindad. Por desgracia, nos despertamos del sueño. Azaña escribió en sus diarios: «El problema de España consiste en organizar democráticamente su Estado, única medicina para acabar con el apartamiento de la vida cultural de Europa. Y para lograrlo, es requisito indispensable liberarlo de los poderes sociales que lo mediatizan por medio de la acción política de ciudadanos conscientes de sus deberes». Dicho de otro modo, es lo mismo que refleja el chiste de El Roto en el que aparece un señor orondo, vestido con corbata y con cara de mala leche. Y pregunta: ¿Es usted un ciudadano normal o todavía piensa?

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