Periodistas

18 octubre 2006

JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS

Delibes: el valor de la comunicación

La Tercera de ABC
... Al maestro le otorgan tal grado los demás. A medida que conoces el difícil medio de los escritores españoles, crece la estima por este castellano humilde y recio que es Delibes. Porque resulta raro tratándose de escritores, pero la unanimidad en torno a Delibes es total. Todos ellos le respetan. Y ninguno le teme. ¿Por qué ocurrirá esto?...
ABC, 18.10.06
José María Pozuelo Yvancos

EL mundo de los escritores no es nada fácil. Al contrario que cualquier otro profesional cuya medida es la eficacia (la del abogado resolver asuntos, el médico curar enfermos, la jueza dictar sentencias justas) los escritores, como le ocurre en otro ámbito a los profesores, tienen aparejada en su propia condición un valor representativo o modelo que les hace ocupar un lugar definido en las sociedades. Siempre fue así, y lo ha continuado siendo en mayor medida conforme avanzaban las culturas laicas contemporáneas. De todos es conocido que las reticencias de Platón en su República a la figura del poeta, hasta declarar conveniente su expulsión, es debido a su resistencia a admitir el preponderante lugar que ocupaba Homero en la afirmación de principios que iban mucho más allá de lo que hoy llamamos literatura. El discurso de Homero, argüía ese otro gran escritor que fue Platón, no es discurso de verdad sino imitación de un grado tercero, el de la palabra, manipulable, y si bien está en lugar distinto al de los sofistas, no alcanza el nivel de los discursos de verdad encarnados en la Filosofía.

Avanzados los siglos, ¿cómo podría pensarse que un personaje como Goethe iba a ser disputado por varios Príncipes de Europa que lo querían en sus Cortes como emblema de la Ilustración, de los nuevos tiempos? Desde Postdam a San Petersburgo, en presencia o en carta el Goethe de Weimar fue un espíritu en los que la sociedad de su tiempo se miraba. Paul Benichou ha historiado posteriormente la época que denominó de la «coronación del escritor», en la Francia del siglo XIX, hasta llegar a la situación de que un artículo de Emile Zola sobre el caso Dreyfus pudiera tambalear un gobierno.

En España tuvimos el caso de Ortega y Gasset, quizá el último de nuestros intelectuales capaces de tener una autoridad que las gentes que lo leían situaban por encima de que escribiera muy bien, o de que fuese un sabio, virtudes que en todo caso le reconocían. Ortega llegó a ser, por encima de aquellas virtudes, sobre cualquier otra cosa el emblema del intelectual, a quien se sabe capaz de ver donde los demás no alcanzan a hacerlo. Casi todo lo que en las sociedades de masas está ocurriendo fue pronosticado por Ortega con una lucidez sobrecogedora. Era el momento de los grandes maestros, como lo fueron Ramón y Cajal o Menéndez Pidal en sus respectivos ámbitos.

Miguel Delibes es hoy quizá el más conspicuo heredero de esa estirpe de escritores que funcionan como icono de unos valores en los que la sociedad se reconoce y confía a quienes los ostentan, hasta el punto de poder y querer calificarlos como maestros de ellos. Y Delibes es un maestro precisamente de valores humanos. No es suficiente para eso con escribir bien. A nadie se le escapa que escribir con buen estilo es condición necesaria para un escritor pero no es suficiente para obtener la categoría de maestro. Muchos otros escritores están dotados de buena prosa y no alcanzan el rango superior de maestros de la palabra. ¿Qué proporciona a Delibes tal categoría?

En primer lugar, ese rango no lo consigue un escritor a base de su propio esfuerzo, o de su autopropaganda. Al maestro le otorgan tal grado los demás. A medida que conoces el difícil medio de los escritores españoles, crece la estima por este castellano humilde y recio que es Delibes. Porque resulta raro tratándose de escritores, pero la unanimidad en torno a Delibes es total. Todos ellos le respetan. Y ninguno le teme. ¿Por qué ocurrirá esto? Creo que en parte ocurre porque él no lo ha buscado. Sería difícil encontrar un hombre más retraído a figurar, más reacio a autoproclamarse candidato a nada, o ser emblema de nada. Si hoy todos le aclaman como ejemplo de valores seguramente lo será a pesar suyo y pensará que se debe más a la necesidad que los demás tenemos de encontrar hombres en los que mirarnos, modelos en los que creer, que a sus propias virtudes. Ese pensamiento es típico del maestro.

Hay otra razón añadida. El mundo que Delibes ha novelado es un mundo frágil, tan necesitado como lo somos cada uno de los lectores que nos miramos en él. Por sofisticada que una literatura pretenda ser, no serán casi nunca los vericuetos formales, las atrevidas imágenes, los juegos malabaristas los que acaben justificándola más allá de su presente. La manera como la literatura es siempre juzgada en el futuro radica en la manera en que lo contado por ella, los personajes trazados, logran erguirse en el depauperado contexto de la comunicación humana, para levantar efigies de dignidad, de lealtad, de reciedumbre, de amistad o de sus contrarios, como ejemplos a denostar.

Decía W. Benjamin que en un mundo tan lleno de noticias, tan plagado de informaciones, cada día éramos más pobres en historias memorables. ¿Qué es una historia memorable? La de un amigo, Pedro, sufriendo en sus carnes la desgracia de otro, de nombre Alfredo, en La sombra del ciprés es alargada, su primera novela, o la de un hombre como Cipriano Salcedo, el protagonsita de la última, El hereje, levantando testimonio de dignidad y sirviendo a la verdad por encima de toda conveniencia. Delibes ha acertado a contar historias que adquieren la categoría de memorables porque han inscrito su designio con una fuerza simbólica que sobrepasa los vaivenes del tiempo.

El mundo al que asistimos en las sociedades de la comunicación está necesitado, y cada vez más, de palabras verdaderas. También de hombres que como Delibes sean capaces de sostenerlas con la reciedumbre a menudo solitaria de su dignidad. Lo que tantas veces concede verdad a una palabra es la convicción y rectitud de quien la profiere. Como los viejos campesinos castellanos que tantas veces han protagonizado las historias creadas por Delibes, o como esa Naturaleza que es confidente íntima de su literatura, actúan como emblemas, signos de valor que los nuevos tiempos están sacrificando con excesiva prisa. Delibes representa el valor de la comunicación humana primigenia: una mujer sosteniendo su verdad frente al cadáver de su marido muerto, un pobre inocente defendiendo su cariño hacia el animal ante el depredador desaprensivo, un indigente luchando por la supervivencia.

En las sociedades contemporáneas casi todo está contaminado. No solamente los ríos o los árboles, las playas o los montes. Delibes, como se sabe, ha alzado su voz tantas veces avisando sobre esa traición que el hombre hace a su madre Naturaleza. Pero no se nos oculta que en la sociedad actual hay otra forma sútil de contaminación, la que afecta a la palabra. De repente cuando uno va a hablar se encuentra con que el «Discurso» de otro, casi siempre político, se le ha anticipado, ocupando su espacio. Por eso entre nosotros se ha instalado el fantasma de la sospecha. Cada uno que habla es preguntado por quién es, y sobre todo desde dónde habla (de la izquierda o de la derecha, del centro derecha osu opuesto). A menudo se denomina «discurso» ese texto lábil que homogeneiza los saberes y exculpa las conciencias de toda responsabilidad sobre la palabra dicha y mantenida con la fuerza de su origen, y el vigor de ser leal tan sólo a la verdad.

Debido quizá a esa predominancia de los Discursos las personas estamos necesitando con urgencia detenernos un momento ante el escritor que sabemos cabal, sincero, para preguntarle las viejas preguntas que se hacían a los maestros, cuando escuchar la palabra de los mayores era una condición de la sabiduría.

* José Mª Pozuelo Yvancos es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada